jueves, 28 de diciembre de 2006

Una Historia Negra de Nota Roja.

Esta historia inicia en el territorio común de todas las historias; un lugar, un momento, algo, alguien y una razón.

La calle de Tapachula número 81, Colonia Roma, la calurosa noche del 23 de abril, un doble homicidio, pero ¿quién? y ¿por qué?

“Tras la huella del sanguinario
asesino de la colonia Roma”.

No hay que apresurar los hechos; esta historia también tiene un previo.

Comienza con la imposibilidad para conciliar el sueño que desde hace varios meses me obligó a tomar por trabajo, el turno de guardia de la redacción del diario “El Portavoz”, es decir; la repudiada tarea de cubrir la nota roja.

En realidad, encuentro cierto placer morboso en fotografiar los sangrientos hechos de la noche, nunca estoy realmente preparado para lo que voy a presenciar, la curiosidad se antepone siempre ante el impacto inicial, y después sólo puedo respirar la muerte que custodia las calles que recorro, y eso, de alguna manera, me hace sentir más vivo o más afortunado que el objetivo al que le disparo después de muerto.

Dejé de temer por mi vida y también dejé de temer a los muertos, lo único que me reconforta es echar un vistazo a través de la mirilla de mi cámara, capturar el momento y robarle el alma a los cuerpos sin vida.

“Conozca la extraña fascinación
de un hombre por fotografiar a la muerte”.

Y así llevo una larga temporada de noches con pocos sucesos; reportes de extravíos, robos casuales, llamadas en falso, nada porque accionar el disparador de la cámara. De seguir con esas noches interminables perderé el trabajo o la razón.

Pero sucede que lo que se anuncia como otra jornada más en el entramado del aburrimiento, de abrupto se convierte en el suceso que lo cambia todo. Una llamada de mi informante y una frase singular al otro lado del auricular:

-Tapachula 81, doble homicidio, parece ser que se trata de alguien importante, ¿te interesa?
“Prominente político envuelto en un
escándalo sexual que terminó con su vida.”

No he soltado la bocina y ya tengo el estuche de la cámara en la mano, siento que pasaré de la nota roja a la primera plana en ocho columnas, uno de esos momentos.

El calor y la ansiedad me hacen difícil el poder respirar. A estas horas las calles se encuentran casi desiertas y tanto silencio sólo incrementa mi incertidumbre.

Son pocas las personas que vagan por la calles, cada una con su peculiar adicción; al alcohol, a las drogas, al trabajo o a las emociones, todo por mantenerse al refugio de la noche y en espera de la oportunidad que finalmente las saque de la vida en la calle, aunque eso encarne la muerte, lo que, en mi caso particular, significa trabajo seguro.

Siempre es igual al momento justo entre la oficina y el arribo al lugar de crimen, el tiempo parece prolongarse tanto como la emoción del niño que espera para subir a los juegos mecánicos en la feria.

En esta ocasión estoy particularmente excitado, tengo un fuerte presentimiento y sólo pensar, me provoca un sudor frío que me recorre y estremece.

El sitio en cuestión es una exclusiva casa de trato para clientes distinguidos, oro en las manos de cualquier periodista de nota roja, un chisme que llenaría mis bolsillos por una buena temporada, al menos eso pienso de momento.

El movimiento en la calle me indica que he llegado a tiempo, y el olor infecto en las coladeras saturadas de las aceras, son la confirmación de las coordenadas. Un lugar de perdición siempre huele mal desde el exterior.

Mi estomago se revuelve, el presentimiento crece en mis entrañas y se exterioriza en la forma del sudor que recorre mi rostro, al parecer no estoy bien.

Los policías ya se arremolinaban en la acera como un grupo de moscas alrededor de la basura, para mi no hay diferencia entre el sucio trabajo de unas y los otros. Algunos de ellos son rostros conocidos, como la vieja rutina de unos verdes para obtener la exclusiva en las fotografías.

“Se descaran:
un caso más de corrupción policíaca”.

Todos estamos ahí por una razón especifica y particular, no vale la pena fingir, es trabajo, no hay más remedio que hacerlo por desagradable que parezca, al final significa la renta, la comida y el punto final en la columna que alguien leerá en le diario al día siguiente. Una interminable cadena que se repetirá de continuo.

Justo a la entrada del lugar una vieja madame se apoltrona en la puerta de ingreso, tiene un aire distinguido a pesar de la edad y el desfiguro que le provocaba verse en esa situación, el oficio sólo le agrega misterio a su delgada apariencia, de por si, fuera de lo ordinario, algo de atractivo.

Me aproximo a la entrada fingiendo indiferencia, pero no va a ser tan sencillo pasar sin tener que sortear a la madame Leonora, cuyo nombre e imagen me es bastante conocido, pero pretendo no darme por entendido.

“Era conocida como la condesa, pero en realidad era la matrona de un prostíbulo.”

Lanza un brazo contra el marco de la puerta interponiéndose a mi paso y con un hábil movimiento de cabeza aproxima sus labios a mi oído.

-Recuerda que las paredes oyen, pero en ocasiones también ven.

Me dice a manera de advertencia, y así me concede el paso siguiéndome con la incisiva mirada de sus ojos de turquesa apagada.

“Ningún vecino imaginó que
esa era una casa de mala nota.”

Una vez que paso de largo puedo ceder ante el dolor de una estocada limpia que se deja sentir de golpe en mí estomago y que se transforma en un grito apagado de dolor. Cuando puedo recomponerme sigo adelante sosteniéndome de las paredes y secando el abundante sudor de mi frente, muy tarde para arrepentimientos, ya estoy aquí.

El lugar es inusualmente limpio, la decoración denotaba cierto gusto e inclusive me encuentro con algunas personas que hacen algo de limpieza sin importarles las actividades que ahí suceden, es cosa de todos los días.

Espejos, flores, algunos cuadros le restan modestia a la casa, un buen gusto desacostumbrado para las faenas que deben ocurrir cada noche.

Algunas de las damas se pasean con un mínimo de ropa y pudor sin prestarle atención al extraño o, a los que se me habían anunciado como feroces hechos.

“En el lugar un gran número de sexo servidoras daban un gran espectáculo”

Yo por mi parte me siento cada vez más descompuesto, aturdido por el dolor intermitente que crece en mis entrañas.

Una de las mujeres me llama la atención, camina con pasos cortos y la cabeza baja, emulando a las geishas orientales del siglo XIX, me mira de reojo y entra en un salón donde, con absoluta devoción, inicia un rito bien ensayado; se aposenta frente a la modesta imagen de una virgen, enciende una vela, se santigua y después de murmurar algo en voz baja se levanta del suelo, vuelve a persignarse y sale, ahora con la frente en alto y largos pasos como si se hubiera convertido en otra persona, de modesta provinciana a distinguida dama. Se va no sin antes dirigirme otra mirada de reojo ahora con un aire de desprecio. La pierdo de vista en la lejanía del pasillo.

“Lo que hago no es un pecado, es mi forma de ganarme la vida.”

No es necesario preguntar, me encuentro con una puerta entreabierta tras la cual esta lo que busco.

Saco un pañuelo de la bolsa del pantalón, tomo la perilla de la puerta, un profundo respiro y abro por completo, una estocada más a mi vientre me detiene antes de poder componer el cuadro de la habitación.

Una sencilla cama matrimonial, un cortinaje apenas lucido, un enorme ropero, una silla sobre la que descansa delicadamente la ropa de ella, el traje barato de él revuelto en el piso junto con sus zapatos viejos y descuidados, pequeñas gotas de sangre salpican el lugar, él sobre su costado abraza el cuerpo de ella tendido boca arriba de forma transversal a la cama, lo cual le hace colgar la cabeza por un lado hasta casi tocar el suelo.

“Violenta escena en un prostíbulo
levanta la sospecha de un crimen pasional.”

Encontrarme finalmente frente a la escena me ayuda a sentirme un poco mejor, ni si quiera en mis primeras incursiones en este oficio me había sentido así.

Lo siguiente parece más una actividad mecánica, que el ritual que significa para mí. Lo primero es reconocer la escena desde el panorama, acercarme a los objetivos, mirar desde el lente, enfocar, y lanzar el destello luminoso que por un momento borra todo el horror que podría representar el hecho y a la vez lo captura para siempre en una memoria de papel. Sublime es el arte de atrapar el instante.

Nada existe fuera de lo que puedo ver por la cámara, nada es tan precioso como ese instante, nada puede detenerme ahora, una fotografía después de otra, un disparo tras otro, una captura, sometimiento a la voluntad de la luz, nada será igual ahora que le robé al tiempo otro instante. El obturador abre y cierra en parpadeos que me llenan de excitación, el trabajo crece y mi emoción es proporcional al número de fotografías que estoy logrando.

“En exclusiva las fotografías
de la escena del crimen.”

El hombre en cuestión no me interesa, robusto, moreno, sucio, sudoroso. No podría poseer a una mujer de no ser por su dinero. Un afamado político más, cualquier pretexto para llenar de escándalo la historia, francamente es asqueroso mirarlo ahí tendido mostrándose sin vergüenza alguna, regodeándose de su dinero mal habido, lo mismo que su mala fama que no es secreto para nadie. No me es difícil imaginarlo haciendo algún escándalo en un buen restaurante porque le sirvieron un gazpacho frío, o porque alguien le echo un ojo a alguna de las prostitutas de las que se hacia acompañar.

Son los ojos de ella, esos ojos negros y profundos, esos ojos que miran a la infinidad de la pared, esos ojos son los que atrapan mi esmero. ¿Quién fue el objeto de su última mirada?, ¿Qué estaría pensando para entregarse a gente como esa?, ¿Qué la llevó a terminar su vida aquí?

“Crece escandalosamente el número de mujeres que terminan dedicándose a la prostitución.”

No deja de ser una escena cargada de fuerza y erotismo, dos cuerpos confundidos en el abrazo que se dan la pasión y la violencia. Mi mirada puede perderse por horas en el trance hipnótico de una belleza que no entiendo.
Carne mancillada y marchita por las estocadas rotundas y determinantes de un puñal que se repite en un ir y venir, entintando de sangre de carmesí la mortecina blancura de la piel. Ya no importa si es una dama de sociedad o una prostituta, ahora es un cadáver cuya belleza no durará por mucho y seré el último en apreciarla, en capturarla, en guardarla.

“Una prostituta y un político,
no hay pistas sobre el asesino de la Roma.”

Ella aún porta restos de la lencería negra salpicada de sangre con la que enarbolaba sus atributos, para mí no había necesidad de esa decoración; hubiera caído rendido con solo mirarla a los ojos, hubiera querido sacarla de aquí antes de que esto pasará, llevarla lejos de la corrompida escoria, limpiar su honor, hacerla mía y dejar que me poseyera, amarla.

Pero la imagen de su cuerpo en las manos de ese otro hombre me causa repulsión y asco que me recuerda el dolor en mi estomago y me causa celos de no ser el último hombre en tocar su cuerpo tibio, de mirar sus ojos vivos, de acariciar su cabello negro, de besarla.

Pero si tendré el honor de darle una última estocada, un disparo, el parpadeo del obturador una vez más.

El rastro de sangre corre desde la cama hasta el tocador y luego a la puerta como si el asesino se hubiese detenido a mirarse al espejo antes de salir, no sin antes hacerse cargo del arma de la que no quedaría ningún rastro. Tuvo el suficiente tiempo para un fútil acto de vanidad.

“El excéntrico asesino tuvo el tiempo para mirarse al espejo,
pero no para limpiar sus huellas.”


Comienzo a sentirme débil y mareado, el dolor se hace cada vez más constante y agudo y un sabor amargo crece en mi boca, me es difícil disimular, más aún ahora que aparece Leonora mirándome desde la puerta, no se cuanto tiempo haya estado ahí, pero se ve decidida a interrogarme ya fuera para desviar mi atención o para alentarme, como si quisiera decirme algo.

-¿Ya terminó?, la policía tiene que hacer su trabajo y yo también, a menos que tenga el dinero suficiente para pagar los servicios de la casa de Leonora, tenemos cualquier servicio, desde lo más sencillo hasta lo más exótico, dependiendo las exigencias del cliente y claro, su billetera.

No puedo imaginarme en la situación de pagar por sexo, nunca ha sido mi necesidad, y aún no he desarrollado gusto por algunas de las excentricidades que me ofrece Leonora.

Retomo pronto mi quehacer sin darle más importancia a la dama, como evadiendo su intento de seducción publicitaria, pero ella sigue ahí.

- Me parece que no es la primera vez que nos topamos, ¿sabes? Me da la impresión de que eres una buena persona, pero te dejo, no pareces muy cómodo con mi presencia, tendrías que relajarte, parece qué nunca has estado con una prostituta.

Se aleja mostrando su falsa mezcla de clase e indiferencia fingiéndose muy ocupada como para derrochar tiempo en mi trivial trabajo.

La escucho reír, se que tiene razón nunca he estado con una prostituta y lo más probable es que mi sonrojo lo haya hecho más evidente.

“El nuevo sexo fuerte: la mujeres al poder.”

En efecto, no es la primera vez que nos topamos, pero ella parece no recordar (o no quiere). Leonora proviene del mismo pueblo que yo, pero sus razones para emigrar son muy diferentes a las mías, están más relacionadas con la búsqueda de anonimato que al hambre de fama.

Su historia es muy diferente a lo que se podría esperar, ella nunca dejo de ser la dama distinguida que es ahora y que podría pensarse como una pose llevada al cliché. Ella fue la amante de un extranjero rico que dejo su patria al toparse con esos ojos verdes cuando aún eran jóvenes, ella se dejo seducir sin problema.

Cuando el extranjero murió en extrañas circunstancias, no tardaron en elevarse los rumores, más aún cuando ella se fue llevándose todo a falta de noticias de algún pariente o heredero. No era de extrañar, el viejo extranjero millonario no era ni extranjero ni millonario, vivió siempre de su carisma y de los favores que acumuló en el camino, y esa fue la razón por la que nunca contrajo matrimonio con Leonora.

Pero algo le enseño a la vieja dama, con el poco de dinero, algo del carisma y el corazón roto por el engaño se autoproclamo como condesa, partió a ciudad con un mundo de equipaje y puso el único negocio que podía iniciar desde la calle y el anonimato.


“La propietaria del prostíbulo,
la principal sospechosa, no es la primera vez que mata.”

No hay rastros de pelea, como si se tratara de complicidad entre las victimas y el victimario. No puedo dejar de sentirme incomodo, como si estuviera perdiendo algo, aún la sangre esparcida en el piso parece arreglada.

De nuevo el dolor viceral y el sudor incontenible, necesito un respiro de esta atmósfera tan cargada, tan manchada e infamada, al parecer ya no soy tan apto para este trabajo y necesito pensar en otra forma de ganarme la comida de mi mesa.

Camino hasta el fondo de la habitación donde se ubica una pequeña mesa coronada con un exagerado espejo. Quiero hacer algunas fotografías, pero pierdo mi primera intención mirando mi reflejo, mi mirada ha perdido el brillo de la juventud, mi piel ya muestra el paso determinante de los años, y el tono violáceo bajo mis ojos, el claro indicativo de las largas noches de desvelo, estoy pálido e innegablemente enfermo, pero mis desvaríos de vanidad se pierden con lo que estoy por descubrir.

“Ahora la vanidad ha llevado a los hombres
a hacer las cosas más increíbles.”

El enorme peso del espejo me es indiferente frente a lo que mi intuición me lleva a suponer; lo que parece una mancha de sangre seca en el cristal, es en realidad el efecto de un hueco abierto en la pared al otro lado del espejo que comunica a la habitación contigua. Mesas y sillas se ubican a la perfección como en la sala de un cine cuya proyección será el reflejo de la baja inclinación de los espectadores.

Más de un testigo presenció el crimen de esta noche, pero me temo que revelar sus nombres podría comprometerme ¿Porque Leonora me permitió que llegar hasta aquí? ¿Sabría ella que descubriría esto?

“En el prostíbulo había toda clase de servicios,
inclusive para los que les gustaba sólo ver.”

Entro en la habitación con una seguridad difícil de describir provocada por un impulso de la adrenalina, mi cabeza se llena de inmediato de toda clase de imágenes, historias de perversión, que con seguridad se desarrollan dentro de estas paredes. No se lo que puedo encontrar, pero mi cuerpo sospecha algo, me lo indicaba la sangre que se agolpa en mi nunca al ritmo de las palpitaciones del corazón.

Conforme avanzo el cuarto se hace más oscuro, las paredes parecen empequeñecer y el aire es más denso, me siento mareado, débil, las piernas no me sostienen y tengo que hincarme en el suelo, la alfombra esta cubierta por una masa líquida pegajosa y de un olor rancio y dulzón. Mi estomago no lo soporta más, apenas alcanzo a sostenerme del respaldo de una silla, mi cabeza se inclina hacia el suelo, y de mis entrañas crece un ardor pavoroso que termina por expulsarse de mi cuerpo a horcajadas y convulsiones en mi garganta, la sustancia expelida a la fuerza me provoca aún más asco y termino por levantarme de suelo de un salto, pero mi cabeza aún siente el mareo, mis piernas siguen débiles y casi caigo en mi propio vómito, termino de nuevo en el suelo.

“Problemas de alimentación son los principales padecimientos de salud en el país.”

Mis pensamientos están en otro lado mientras intento recomponerme a fuerza de respirar profundamente, me escapo hasta los montes, fuera de la ciudad, al verde de la hierba, al sol tibio del atardecer, a la brisa suave y reconfortante que se disfruta más si se cierran los ojos y llenas los pulmones. Ahí todo es paz y el olor es el de la frescura de las flores que se abren al caer la tarde, no hay malestar.

Es la tierra en que crecí, en la que me hice hombre anhelando llegar a la ciudad, es la tierra de una adolescencia que se forjó con los sueños de éxito en la metrópoli, también es la tierra donde probé el amor por primera vez, al menos pensaba que eso era el amor, esos primeros encuentros entre los matorrales, en la pobreza de las calles sin alumbrado, en las trastiendas y en los rincones de la feria de cada año.

“Alarmante el número de desempleados que llegan desde la provincia en busca de mejores oportunidades.”

Estando ahí no puedo evitar el encuentro con esos enorme ojos negros que no hacen más que mirarme desde la profundidad, esos ojos negros que penetraron en mi aún estando sin vida, esos ojos negros de un rostro sin expresión ni emociones y que por eso parecen más bellos, esa belleza que duele. No puedo sacarlos de mi cabeza, me hacen volver a la realidad y a la muerte, despertar. Mi cuerpo abandona la paz.

El malestar parece desaparecer poco a poco, pero ahora me siento culpable y triste; el perfecto cuerpo de una bellísima mujer yace inerte en la habitación contigua, murió frente a la mirada atónita y perversa de un grupo de cerdos. Mi cerebro se siente aturdido, sin conciencia y en mi boca hay un sabor amargo y penetrante.

Como puedo, logro incorporarme, levanto mis manos para secar el sudor en mi frente, pero una alerta detiene su trayectoria, mis manos están empapadas, con grandes trabajos logro distinguir de que se trata; mi ropa y mi cuerpo se han teñido con sangre. Esta sangre no es mía y parece llenar todo el lugar, no he logrado acostumbrarme a la oscuridad, inútilmente trato de llegar a la cámara fotográfica que cuelga de mi cuello, pero recuerdo la sangre, camino desorientado buscando la forma de salir de ahí, pero mis pies se distraen de su meta al toparse con algo en el suelo, mis pasos lanzan por el suelo un objeto metálico y termino en cuclillas otra vez, tanteando el piso hasta que mi curiosidad se sacia al toparme con un cuchillo.

“Un barato cuchillo de carnicero fue el arma homicida,
pero aún no hay señales del asesino de la Roma.”

El sudor, la sangre, el asco, la angustia, y la penetrante oscuridad que bloquea mi mirada, no me es posible ver nada, aún así avanzo al frente con una mano extendida y un cuchillo en la otra.

Distingo en el silencio el susurro de una respiración, es entrecortada, más como un sollozo, sigo avanzando con precaución, siento esa respiración muy cerca casi en mi propio rostro.

Alguien toma mi cabeza por la nuca, ahora espero lo peor, ya no me importa, hay una pausa y espero inmóvil a que me asesten un golpe fulminante que nunca llega, en su lugar recibo la calidez de unos labios que entran en contacto con los míos, mis manos impulsivamente buscan reconocer el cuerpo; el cuchillo vuelve al suelo, no me importa el crimen y la sangre, extiendo mis brazos, y sostengo firmemente el cuerpo de la mujer que se esconde en las sombras, mi piel se enciende al calor de la suya, mi cuerpo se doblega frente a la entrega incondicional y sincera, casi puedo sentir como se dilatan las pupilas de mis ojos frente a la excitación que estoy sintiendo, no entiendo y todo pierde sentido conforme me dejo llevar.

Mis manos llegan hasta sus senos, las de ella a mis piernas, la danza estática en la que se convierte nuestro cortejo esta llena de rabia contenida, de pasión que prologa el tiempo, de ardor y de lujuria. Nos despojamos de la ropa furiosamente, nos besamos y ahí mismo en el sórdido ambiente de prostitución y crimen completamos el acto al abrigo de la oscuridad y permaneciendo verticales. El único sonido posible es nuestra respiración acompasada.

“Terrible la proliferación de relaciones sexuales en lugares clandestinos, acusan las autoridades.”

Todo termina en un momento, ella me arrastra fuera del lugar, no puedo mas que seguirla y esperar que se aclare la nebulosa que ha llenado mi mente y de nuevo hace estragos en mi estomago.

Salimos por la abertura en la pared por la que había entrado hace unos momentos, hasta ahora solo había podido ver con claridad su espalda manchada de la sangre que con seguridad provenía de mis manos.

La luz afuera parece más intensa ahora, mis ojos están adoloridos por el impacto y buscan desesperadamente reconocer el rostro de esa mujer, cuando lo logro me es imposible creer lo que esta pasando.

Se trata de ella, es el cuerpo resucitado de la mujer que hacia unos minutos yacía en la cama. Tengo que estar soñando, sucumbiendo a la locura. No tuve tiempo para pensar, entender, sus labios me besaron una vez más sin pudor o permiso y la tibieza de su cuerpo me confirma su vigor y vida.

Cuando abro los ojos dos cuerpos idénticos frente a mi me miran con dolor.

-Yo no quería hacerlo- me dice con los ojos vivos y cristalinos, esa misma mirada de obsidiana que también me mira desde la cama, pero estos otros ojos carecen de vida.


“Las gemelas asesinas son puestas en evidencia.”

-Le estaba haciendo daño, tienes que creerme- dice ella sosteniendo el cuchillo ensangrentado que ya había dejado suficientes pruebas en mi cuerpo y en realidad no se que creer, me cuesta trabajo asimilar lo que sucede como si estuviera soñando.

-Pocos saben de su crimen y su existencia- dice Leonora apareciendo a mis espaldas, -les pague por asesinarlo, nos estaba chantajeando, su hermana tuvo que intervenir cuando este monstruo la ataco, todo se salio de control, alguien dio aviso y más por una casualidad, es que tu estas aquí, pero debemos suplicar por tu silencio.

“Un reportero de nota roja es acusado de complicidad de un grupo de asesinas.”

Escucho atónito sin poderlo creer mientras Leonora me arrebata de las manos la cámara, y de un solo movimiento arranca la película, devolviéndomela como si se tratara de un objeto inútil sin dejar de mirarme a los ojos, mientras yo no puedo dejar de pensar en la otra mujer que yace muerta detrás de mí.

Mi cabeza intenta recomponer los hechos antes de intentar hablar, pero mi estomago toma parte de nuevo, me descompongo y casi voy a dar al suelo una vez más, Leonora y la mujer me llevan a un sillón para que me pueda recuperar.

No soy del tipo atlético y fuerte, el defensor de mujeres en peligro, más bien soy del tipo intelectual enfermizo y las situaciones así me afectan gravemente.

Leonora me cuenta la historia de las dos hermanas gemelas que, al igual que yo, huyeron de la vida provincial, pero su caso es más de supervivencia que de superación y no termina cuando llegan a la ciudad.

Tres historias de migración se reúnen en esa habitación, y cuando eso sucede la cosa no puede terminar bien.

María Ester y María Raquel son sus nombres, vivieron en la calle casi un año. Raquel llegó a la ciudad muy enferma y casi pierde la vida mucho antes del incidente de hoy, cuando tuvo un parto de emergencia por un infortunado embarazo provocado por el ultraje de su padre alcohólico.

“Crece el número de denuncias por violaciones y maltrato intrafamiliar.”

El hambre, la soledad, el miedo, las obligo a abandonar a la criatura a las puertas del primer convento que se les topo en el camino, María Ester sólo encontró una manera de conseguir dinero para atender a su hermana que todavía necesitaba cuidados y en las calles es preferible venderse voluntariamente a soportar un abuso más.

La tristeza en sus ojos solo reflejaba la miserable vida a la que su padre las sometió a base de cotidianas golpizas y abusos, era natural que terminaran vendiéndose, aprendieron bien lo que a los hombres trastorna hasta volverlos bestias, al menos sacarían ganancia esta vez.

Casi un año después Leonora las acogió entre sus filas, no sin antes darles la apariencia de verdaderas damas y no de las callejeras que eran. Y lo hizo bien, fue sólo cuestión de tiempo para que se volvieran la sensación del lugar, Leonora había hecho una buena inversión y su lugar alcanzo la buena fama que le procuraba su “distinguida” clientela.

Se mudaron de los barrios bajos a la céntrica colonia Roma, pero no todo puede marchar de maravilla.

Apareció él, ese político de poca monta, pero con grandes nociones de la corrupción y que ahora yace, cuan grande es su asquerosa anatomía, muerto en la cama. A fin de cuentas el poder corrompe, pero en la mayoría de los casos provoca putrefacción, y así fue en esta ocasión. Amenazó a Leonora varias veces con cerrar el lugar si no le hacia llegar parte las ganancias, tenía el poder y la influencias para hacerlo y el lugar representaba el pretexto perfecto. Pronto las exigencias se hicieron mayores y obligaban a la madame a sangrar su presupuesto más allá de lo necesario para mantener en pie el negocio.

“Otro caso más de servidores públicos vinculados con la prostitución.”

La perdición le llego al corrupto por los ojos, tenía la estricta política de no meterse con las empleadas del lugar, pero conoció a las Marías, Leonora aprovecho la oportunidad de deshacerse de la basura y le hizo una oferta difícil de rechazar.

Las gemelas como cortesía por una noche, y para ellas, el dinero que le correspondía al usurero a cambio de terminar para siempre con la porquería que ensuciaba su prestigio bien ganado.

María Ester tendría que sacar la casta una vez más para defender a su hermana cando las cosas salieron de control. ¿Quién lo diría de la mujer que ahora se acurrucaba en cuclillas en una esquina de la habitación sin pronunciar palabra alguna?

Es la historia de una mujer que quiere detener el abuso que los hombres siempre le dieron, sin que en ello falte recuento de los daños.

Para cuando yo hago acto de presencia, esta historia ya ha tomado tintes rojos, pero no se si soy yo quien pueda escribirle un final feliz.

No he terminado de digerir la historia, cuando se presenta una de las trabajadoras a la puerta de la habitación y anuncia que la policía esta entrando junto con otros reporteros, que en esta ocasión no tendrán la cortesía de verme como camarada de oficio, sino como el cómplice de un crimen.

“El asesino de la Roma tenía por cómplice
a un reportero de tercera clase.”


Leonora se levanta de su silla, entonces es que noto que lleva una caja de madera labrada en el regazo, me la extiende.

-Toma, es el dinero que serviría para limpiar mi lugar, ahora es tuyo a cambio de que te la lleves de aquí- me dice mientras señala a María Ester que se incorpora del suelo en total asombro -llévatela de aquí, no quiero saber lo que hagas con ella ni donde esta, además tienes que irte no puedes dejar que te vean así, de lo demás me encargo yo.

Toma el cuchillo y lo limpia con un paño que saca de falda y lo vuelve a guardar junto con el arma.

Es una de las sentencias más frías y determinantes que he presenciado en mi vida, la mujer no asoma ni un poco de tristeza o arrepentimiento, ese gesto me deja conocer de sobra sus pensamientos y las consecuencias.

Le hace una seña con la cabeza a la única María en la habitación con capacidad para responder, ella obedece sin chistar tomándome por el brazo.

Salgo arrastrado por la belleza de esa diosa a través de un laberinto de puertas y pasadizos al que se accedía por detrás de un pesado cortinaje y donde apenas cabe una apersona. Nos detenemos en la parte más angosta de un pasillo al que llegamos prácticamente sobre las rodillas, decido permanecer en silencio.

María -como he decidido llamar ahora a María Ester, así María a secas como honrando la belleza que compartía con su hermana- levanta un tablón de la pared que emite un destello luminoso en medio de ese olor a humedad, estamos detrás de otro espejo, el mismo viejo truco que sigue siendo efectivo, al otro lado Leonora habla con un oficial en el salón principal, María me obliga a callar con una seña. Alcanzo a ver como Leonora entrega el cuchillo y es esposada por el policía en turno. María cubre la pared y continua avanzando entre la estrechez del lugar.

“Se hacía llamar la condesa
y resultó una asesina.”

Alcanzamos una puerta que lleva a una azotea en la parte posterior de la casa, bajamos por una escalera marina hasta lo que parece un patio interior rodeado de habitaciones, María me señala una columna donde espero que ella complete alguna tarea que desconozco.

Entra en uno de los cuartos, desde lejos la aprecio hasta que me aseguro que nadie me observa, me acerco a la ventana, adentro otra mujer amamanta a un niño, María se aproxima en silencio y sonriendo, besa la cabeza del crío y mira a la madre a los ojos.

- Me voy, cuídalo bien.

Es la primera vez que escucho su voz, es casi tan dulce como su rostro, toma un morral que llena con algunas cosas de los cajones que abre y cierra con violencia, abre sus brazos a la otra mujer que sin pensarlo la abraza, sus lagrimas me tocan profundamente, me hace sentir que la arranco de la única vida que conoce y entiende.

“El burdel era también la casa de las trabajadoras.”

Besa una vez más a la criatura y le dice –Te quiero- yo imagino que esas palabras son para mi, que las he oído de sus labios un centenar de veces y que no logro habituarme a ellas, pero no, esas palabras son el consuelo de un recién nacido condenado a una vida de miseria que hoy duerme plácido al arrullo de la voz de ese ángel.

La incondicional amiga recibe al oído otras palabras que no alcanzo a oír, que supongo, son la explicación de la larga noche, que la sobrecogen porque abraza al niño con más fuerza, que le arrancan lágrimas.

Así mis pasos se encaminan nerviosamente a la columna donde espero mi destino y escondo mi invasión a la intimidad de María.

El sol comienza a salir por encima de las antenas de televisión y los sucios muros, de la desgastada colonia. Por primera vez en muchos años me percato la fuerte herida que cruza a lo largo de estas calles y su gente, una fractura que no sana y que permanece indeleble en la memoria de sus habitantes, viejos y nuevos.

María aparece de entre las sombras, pero sin su vestido de glamour, son solo retoques, matices, adornos baratos, ellas luce aún más bella así. Pasa de largo junto a mí y se detiene a unos metros, sin verme extiende una chamarra para disfrazar mi apariencia.

-Vamos pues, no tenemos mucho tiempo.

A pesar de sus esfuerzos por ocultar la turbación, su voz la hace evidente, es dulce y dolida, por en cambio mi voluntad es vulnerable y sólo obedezco.

Salimos en silencio por una puerta trasera disimulada como un local abandonado, la calle se empieza a llenar con la cotidianidad de los días, del ir y venir de comerciantes, empleados, estudiantes y la gente que hace la calle de día.

Parece que en realidad huimos de todo eso.

Me siento deslumbrado y aturdido, inmerso en un mundo que no conozco, como si nunca hubiera estado en este país.

Volteo sólo para descubrir a María dentro de un taxi con la puerta abierta invitándome a entrar, así lo hago mientras ella me mitra fijamente.

-¿A dónde?- me pregunta.

Miro al chofer con desconcierto, pienso por un momento.

-A la central de Taxqueña.

El viaje en el taxi fue largo y silencioso, mirábamos al frente sin musitar, yo sentía la pesadez y la tristeza de María, las molestias de mi estomago no han vuelto.

De improviso María extiende su mano para tomar la mía sin voltearme a ver, a mi se me escapa un suspiro, no se si de alivio, de incertidumbre o de añoranza.

Todo cambiará desde este momento, nuestra vida no será igual nunca más, sólo tenemos que dar ese paso, cruzar el anden atestado de gente, y andar a un destino que se anuncia mejor.

Mientras esto sucede María esta a punto de besarme una vez más, me separo, ella quiere pagar por mi hazaña de la única manera que sabe hacerlo. Llegará ese momento, por ahora me basta con sólo observarla como un pago justo.

Aún reina el silencio.

Antes de partir debía asegurarme de algo; compré el primer diario de nota roja que encontré:

“Murieron en un prostíbulo…la madame del lugar fue detenida con el arma homicida, todo indica que cometió su crimen en un ataque de celos”.

Leonora pago un importe razonable por un retrasado retiro, mientras tanto yo le agradezco de cara a la brisa del mar, mirando esos ojos negros profundos.

2 comentarios:

Silencio dijo...

Hum recuerdo una casa así en Coyoacan, no se, para que escapar. La madame se había antregado, no se, tal vez era un pretexto para salirse de esa rutina asfixiante que había encontrado algo de diversión al fotografiar muertos, no dejo de analizar.

Solo dejo saludos de año nuevo y un fuerte abrazo.

Cerber dijo...

Gracias por los comentarios, bueno escapan sólo para escapar de la vida que tenian, para no levantar sospechas y para cambiar la iluminación en las fotos.

Gracias también por los saludos de año nuevo y por el fuerte abrazo, que yo los envío de vuelta con un poco más.