miércoles, 21 de diciembre de 2005

El Urbanauta (primera parte)


Espera indeciso a la entrada del metro, sin saber si cruzar o no, el torniquete metálico. Boleto en mano, regresa sobre sus pasos una y otra vez, buscando, escuchando la llegada de cada tren, listo para correr, pero permaneciendo estático y vibrando en su espacio como la carga eléctrica de un átomo.
La gente fluye a su alrededor sin prestarle atención, como si fuera una pieza más del entramado publicitario que decora los pasillos artificialmente iluminados. Nadie lo observa, el observa a todos y a cada uno, espera que sus rostros le den esas respuestas.
Por fin, en un estallido, se abalanza sobre la vorágine de caos ordenado, por fin el movimiento que detiene la vibración estática.
Líneas que se dibujan por la velocidad enmarcan el recorrido, rostros que portan sus historias a cuestas, voces murmurantes, voces parlantes, vociferantes.
El recorrido termina donde empieza otro (como siempre sucede), ahora en la superficie calada por el tiempo, envuelta en pavimento y calada una vez más.
Redes de calles enmarañadas, tiempos ajenos que permanecen como las cicatrices, paso, tras paso, ritmo inconstante.
La luz empieza a menguar, todo se transforma con la melodía de la las emociones. Inicia la noche, la urbe se transforma en éxtasis y violencia.
El viajante incontenible lo logra.

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